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Conciertos

Live Review | THE CULT: Removiendo el verdadero amor por el rock & roll

6 de octubre 2017 | Teatro Caupolicán

Nota: Freddy Veliz | Fotos: Cristian Carrasco

 

Terminamos septiembre con dos inolvidables debut rockeros en Chile, The Who y Def Leppard aún resuenan en los oídos de los que ahí estuvimos. A solo una semana de esas jornadas históricas, cuando todavía no nos reponíamos del impacto, nos encontramos con otra ansiada visita por este lado de Los Andes, los británicos The Cult llegaban a Chile en estos primeros días de octubre, y así, con esa dupla de fuego que son Ian Astbury y Billy Duffy, se ponía fin a una larga espera, que muchas veces temimos nunca se concretara.

The Cult irrumpió en la década de los ochenta con una propuesta que fue mutando desde los sonidos góticos hacia un hard rock directo, que los llevó a ser considerados la gran apuesta inglesa en la renovación del rock duro en aquella época, en que el glam se apoderaba de la industria. Si bien en Chile nunca lograron masividad, si se fue construyendo un nicho de fanáticos que nunca claudicó ante la música de The Cult, y esos fueron en su mayoría los que llegaron a cumplir un sueño en el Teatro Caupolicán.

Como apertura a este encuentro los escogidos para cimentar el camino fueron los nacionales The Ganjas, banda ligada a un rock lisérgico y de guitarras que construyen un muro de distorsión y atmósferas etéreas, subieron al escenario media hora antes de lo estipulado ante un público que mientras ingresaba se vio sorprendido por esta decisión de último minuto. La banda con 17 años en el ruedo debió concretar un show con muy baja cantidad de público en una jornada que no se caracterizó precisamente por la alta convocatoria.

Luego de alistar el escenario para recibir a los británicos, el reloj marca las 21:30 horas, se apagan las luces y la sinfonía oriental del tema apertura del clásico film Ghost In The Shell, comienza a introducirnos en lo que será una velada única de crudo y vivo rock and roll. Billy Duffy, ubicado a la izquierda del enigmático Ian Astbury, ejecuta desde su indómita Gretsh Falcon blanca los primeros riff de “Wild Flower”, convirtiendo rápidamente el aforo en un hervidero que recibiría un nuevo mazazo  con la clásica “Rain”, corte en que el sonido mejoró considerablemente, luego de una partida donde la voz no estaba ecualizada de la mejor forma. De ahí en adelante fuimos succionados por un torrente de emociones, donde se entremezclaron creaciones históricas y otras más actuales. Así de la última placa ‘Hidden Place’(2016) pasamos a la esencial “Lil’ Devil” de esa obra maestra editada hace treinta años llamada ‘Electric’.

 El público en una escala ascendente iba reaccionando ante la impronta portentosa de la banda, quienes demostraban que a pesar del paso del tiempo y de los altibajos sufridos, han logrado sortear los obstáculos de su larga carrera, llegando a estas alturas del milenio con una solidez ganada con actitud y convicción. “Peace Dog” era coreada con garra, y Astbury se presentaba cual sacerdote dirigiendo una eucaristía de tintes oscuros y malévolos, acechando desde la altura del escenario hacia estos discípulos del rock hecho con agallas, la conexión con el público fue innata. En el fondo de toda esta postal el tremendo John Tempesta (Testament, Exodus, White Zombie) injería sobre los tambores la potencia y precisión a la medida, creando una base rítmica blindada y aceitada perfectamente, junto al bajista Grant Fitzpatrick, quien en su currículum luce trabajos con Matt Sorum y la ex Runaways,  Cherie Currie.

Repasando canciones impregnadas en la memoria desde el clásico álbum ‘Love’ (1985) con cortes como “Nirvana”, “The Phoenix” y “She Sells Sanctuary” el show fluía como un bravo río de aguas torrentosas, que llegaron al máximo de su caudal en cortes como “Fire Woman” y “Sweet Soul Sister” del excelente ‘Sonic Temple’(1989), cuando los asistentes, sin importar los años encima, se enfrentaron en un carnaval de saltos, empujones y coros transformando la cancha del Caupolicán en una verdadera fiesta de hermandad en el rock and roll. The Cult logra con los mínimos recursos escenográficos montar un espectáculo que cautiva desde lo más esencial que es la música, el rock llevado a a lo primitivo sin necesidad de artilugios extra. Ian Astbury, quien el 2004 llegó a Chile junto a la versión 2.0 de The Doors, impresionó por su buen momento vocal, manteniendo la coloratura que marca el sello inequívoco de The Cult, otorgándole la mística de tonos cargados a lo oscuro, siempre complementado por el talento en las cuerdas de su fiel compañero Billy Duffy.

Con un encore que incluyó una triada conformada por “King Contrary Man”, “G O A T” y el que fuera probablemente su más exitoso single “Love Removal Machine” incluido en ‘Electric’, el conjunto se baja del escenario dejando un aura con olor a sonidos que en lugar de oxidarse con el paso del tiempo, se mantienen perfectamente pulidos y brillando como el más sólido de los metales, clásicos que se renuevan y que mantienen firme el cimiento de lo que significa hacer realmente rock and roll, sin importar ningún otro agente externo, más que las agallas, la pasión y ese hilo conductor que une a banda con público, formando una complicidad certera e imbatible.

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Noticia publicada por el área editorial.

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