Internacional
Boris en Chile: un alucinante ritual de culto
Una gran masa de fanáticos llenó el Club Chocolate este jueves 27 de noviembre, esperando la ansiada presentación de los japoneses Boris, debutantes en Chile y cultores de un rock que mezcla doom, psicodelia, stoner y una gama amplia de sonidos que se amalgaman con la potente imagen con que se presentan.
Un heterogéneo público rugió con la entrada de los músicos y la atmósfera espacial de “Blackout” que llenó cada espacio con sus sonidos doom y el gong de Atsuo, que sonó toda la noche a manos del incontrolable baterista, dejando el segundo turno al descontrol total con la frenética “Pink” y una cancha que no daba más de la emoción. “Woman on the Screen” es aún mas rápida y la banda se sube a la vorágine de beats acelerados por un buen rato, mientras la euforia crece y crece en la audiencia.
“Nothing Special” fue muy coreada y con stage diving incluido de un seguidor, lo cual se repetirá de parte de muchos fanáticos presos de una felicidad y excitación desbordante. Takeshi desborda energía con su doble bajo- guitarra y su canto penetrante y furioso.
En la siguiente pausa habla la queridísima guitarrista Wata, que se lleva vítores, aplausos apasionados, un cumpleaños feliz y un regalo que lanzan al escenario, respondiendo con un “viva Chile mierda” dulce y ovacionado.
Regresa lo arrastrado y psicodélico con “A Bao a Qu” y después de este trance hipnótico, vuelven a lo rapido y al hueso con “The Evilone Which Sobs”. Melodías suntuosas y de suspenso entregan pasajes que seducen la mente hacia la sudorosa y aplastante parte final.
Se despiden con “Farewell” después de 1 hora 10 aprox que pasaron a la velocidad del rayo. Vuelven ante los gritos del público y el bestial Atsuo saluda a Wata por su cumpleaños, su técnico lleva una torta y el público enloquecido vuelve a cantar cumpleaños feliz a todo pulmón.
La banda nos entrega 25 minutos mas de musica que se iniciaron con una salvaje, ruidosa y potente introducción que devino en “Flood” (partes II, III Y IV), narcótico y magnético, de impecable belleza e implacable poder en la alucinantemente pesada parte final, en un sueño del que nadie quería despertar.
Las caras, los gritos, todo hacía notar que fue una noche soñada, llena de todos los ingredientes que un fanático puede pedir, más aún con una banda tan particular y lejana geográficamente. Mágico e inolvidable ritual sonoro, que muchos ya están esperando que vuelva.
Fotos por Rodrigo Lagos