Planificar una muerte es un asunto complejo, nos sobrepasa como humanos y así lo sugiere Gabriel García Márquez en Crónica de una muerte anunciada cuando deja entrever en las líneas de sus diálogos: «¡No te imaginas lo difícil que es matar a un hombre!». Por supuesto, ello no aplica si quien planifica y anticipa dicho yacimiento es la muerte misma, que con un susurro del viento anuncia su llegada, quitándole el aliento a todos aquellos que perciben su silbido.
“Destino Final: Bloodlines” llega para declarar no solo el nacimiento de una historia, sino también su final. El enfrentamiento entre la vida y la muerte, y su representación en pantalla. Un origen que todo fanático de la saga Destino Final esperaba conocer, la semilla podrida que sembró una maldición en toda una generación de jóvenes traumados a morir de las formas más brutales e inesperadas.
Pero tal como en la narrativa de la saga, aquel que busca encontrará las señales por doquier. Así, la nueva película de Destino Final, tras 14 años de su última entrega, está repleta de guiños y homenajes a sus antecesoras, combinando de forma equilibrada la nostalgia de sus más fieles fanáticos junto con lo refrescante de una mirada desde otro ángulo a la línea temporal que la atraviesa.
En cuanto a narrativa, Bloodlines ofrece una técnica de tratamiento de guion poderosa, el clásico, y no muy utilizado, McGuffin, popularizado por Alfred Hitchcock (Psicosis, 1960), en el cual el espectador cree que ya sabe lo que va a ver, solo para que abruptamente tome otra dirección. Esto no se había visto en las entregas anteriores de la saga, y le otorga un quiebre interesante dentro de los primeros minutos de la cinta. De igual forma, el principio -posterior al uso del McGuffin– se siente levemente forzado, poco verosímil, pero que no tarda en irse tornando más realista, mas no se vuelve un guion demasiado exigente, lo que es esperable y se ha vuelto un patrón a lo largo de la historia de Destino Final: no es una película que requiera un gran arco ni desarrollo de personajes, no busca abarcar en profundidad su psiquis ni evitar que queden cabos sueltos, y sin embargo, Bloodlines consigue atar todos esos hilos de manera impecable, estableciendo claramente el origen de todo, y el final más adecuado para ello.

Uno de los puntos fuertes de esta cinta sangrienta es el montaje realizado por Sabrina Pitre, a quien podemos titular como una maestra en crear tensión y estirar al máximo ese clímax cuando se pensaba que no podía extenderse más. La franquicia se ha caracterizado por tensionar al espectador a lo largo de los años y las innumerables muertes, ese factor siempre ha estado, pero Pitre lo lleva al siguiente nivel. Utiliza a su favor una técnica de montaje rica en centrarse en planos de corta duración y encuadres bien cerrados, generando la sensación, y el anuncio, de estar siendo acorralado por la muerte. A su vez, lo acompaña el gran diseño sonoro centrado en dar saltos de sustos cuando no hay nada que temer, es decir, sumerge al espectador en el miedo que están sintiendo los protagonistas ante lo inminente de la muerte.
La línea sanguínea también se eleva al siguiente nivel en este universo, lo irreverente, caótico y rebuscado de las piezas que mueve a los personajes hacia su destino inexorable es tal cual ha sido hasta este entonces, un efecto dominó perfectamente orquestado que en esta ocasión no escatima en litros de sangre utilizados. Si bien se extraña un poco la utilización de efectos prácticos por sobre los efectos especiales generados por imagen, se compensa por la riqueza de la brutalidad en la colecta de las almas de los involucrados. Son decesos anticipados, pero no menos impactantes, como si esta entidad con la que no se debe intentar truncar sus planes decidiera desquitarse trayendo un mensaje equivalente a su poder, nada se le escapa, nada queda sin jugar su papel en el desenlace.

El espectador también es parte del juego, ¿cuántas referencias puedes encontrar en la gran pantalla?, es una colección personal de los directores, homenajeando a toda la franquicia, como si de recolectar piezas se tratara. El más importante de ellos, la última -literal- frase de el forense William Bloodworth (Tony Todd), quien improvisó la parte final de su guion a petición del director. Todd falleció en noviembre del 2024, y ya estaba muy enfermo para cuando estaban rodando la película, así, “Destino Final: Bloodlines” explica el origen de William, personaje presente a lo largo de toda la saga, y deja marcado su final con unas palabras no guionizadas, demasiado sensibles y significativas al ser su última aparición en pantalla antes de su muerte.
"Tengo la intención de disfrutar el tiempo que me queda. Y te sugiero que hagas lo mismo. La vida es preciosa. Disfruta cada segundo. Nunca se sabe cuándo... Buena suerte".
En general, Bloodlines se enmarca en un aura de reminiscencia, conmemorando 25 años de un viaje sin retorno. No es un filme al que se le deba exigir coherencia ni profundidad en el desarrollo de la historia, porque al final, es como la vida misma, los sucesos ocurren sin tener demasiada información, aprendiendo sobre la marcha, existiendo sin saber los planes de aquella fuerza superior que clama los últimos alientos, cerrando un ciclo de la misma manera que emprendió vuelo hace ya varios años.
