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La Voz

El nuevo sello de Statu Quo: Conciertos, deudas, celulares y desconexión

Una mirada crítica hacia la cultura de los celulares en los conciertos, los altos precios de las entradas y las faltas de las productoras hacia los consumidores.

En una entrevista el artista de pop-rock Yungblud estableció su postura respecto a los elevados precios de los festivales actuales: “No puedo tocar en un festival que cuesta 800 euros la entrada. No es representativo. Los fans no están allí. La música se convirtió en un privilegio”. Hace unas semanas, la artista de pop Halsey subió un vídeo preguntándose “¿qué le pasa a la gente?, ¡que vuelvan a las escuelas, por favor!” haciendo énfasis en la poca participación de los asistentes a sus conciertos. Bandas como Tool, Ghost y Iron Maiden están levantándose al respecto de la epidemia digital, prohibiendo el uso de celulares en sus conciertos. En otra parte del mundo, Sleep Token emerge en un mar lleno de cámaras listas para capturar el extracto viral que irá directo a TikTok.

La sociedad abandonó los vestidos de diseñador u obtener el último iPhone como símbolo de estatus. Ahora, independiente del género al que pertenezca, el nuevo sello de Statu Quo es el haber estado presente en un concierto popular. Sí, el underground se salva de la nueva segmentación social, basta con asistir a un concierto de una banda con menos de 20K de oyentes mensuales ─en ocasiones son menos de 1.000─ para darse cuenta de que encontrar un celular grabando más de un fragmento ínfimo de la experiencia es una total acción mata pasiones. No se ve a menudo, porque no tienen, ni les interesa tener, nada que demostrar. Un ejemplo de ello es el festival de metal Obscene Extreme, que sabiamente cuenta con su propio equipo técnico de grabación para posteriormente ser subido a Youtube.

No así el caso de los artistas populares, en donde el virus sociológico se extiende sin distinción. Rock clásico, Heavy Metal, Reggaeton, Trap, Pop y hasta el mismísimo Black Metal. A todos les ha tocado infectarse con la masa social que insiste en ser parte de algo más grande. El famoso FOMO (fear of missing out) o en español, el miedo que invade a las personas por estarse perdiendo de algo, el no formar parte de aquello que todos los demás parecen disfrutar. Ello ha llevado a que el adquirir un boleto de un concierto sea toda una parafernalia, una lucha de vida o muerte que requiere preparación, múltiples computadores con distintas direcciones IP para, tal vez, alcanzar un ticket de miles que, a estas alturas como profecía autocumplida, se agotan en menos de una hora.

El underground aún disfruta de poder adquirir tickets el mismo día del evento, sin prisa, y así como experimentan el ritual previo, llegan a vivir la celebración misma: totalmente presentes, inmersos, absortos en la atmósfera y la vibración de los instrumentos, mirar a los artistas a los ojos y no a través de una pantalla. Acciones sencillas que hoy parecen ser más un símbolo de protesta que la normalidad de lo que antes fue un momento de conexión, y sobre todo, de desconexión. Atrás se dejan los problemas, en vivo se manifiestan las emociones, los dolores, las heridas y también las alegrías, todo sintiéndose en conjunto con una multitud de extraños igual de emocionada que tú.

Por el contrario, toda banda o artista popular no goza de ello. Más asistentes, más fama, mejores números, mayor salario, ¿pero a qué costo? Hoy son muchos los artistas que se suman al agotamiento y frustración como estado general de una audiencia que está lejos de ser un público humano. Las interacciones y miradas juguetonas entre los presentes fueron reemplazada por la parte trasera de sus celulares, algunos reciben el impacto del flash directamente en su rostro como si de un choque con la tecnología se tratara. Todo eso eleva la pregunta: ¿quiénes están asistiendo realmente a los shows? ¿podemos hablar de fanáticos si no disfrutan de vivir, sentir y respirar su música, sino grabarla para que el resto vea que estuvieron allí? ¿se puede disfrutar cuando se está pendiente del enfoque, el encuadre y el nivel de contraste tal cual fuese un audiovisual realizando su trabajo? En televisión existe el dicho “nosotros no vemos televisión, hacemos televisión” porque cuando estás enfocado en lo que tienes que grabar, no estás presente en lo que estás grabando, sino en lo que ves a través del monitor.

Pero la ola de celulares en el mar de cancha no es la única realidad que está separando al artista de la experiencia en vivo. También lo es el alto, indignante y en muchas ocasiones, injustificado, precio de las entradas. En muchos casos, los asistentes son fanáticos que hacen el esfuerzo de poder estar ahí, compran con tarjeta de crédito, ahorran un par de meses o se gastan el dinero que era para pagar el arriendo. Porque sí, lo importante es estar allí, incluso si eso tiene consecuencias financieras. Esta desesperación por ser parte del evento ha dado luz verde, y de esto son responsable exclusivamente los compradores, a que las productoras pudiesen comenzar a cobrar desmesuradamente. Algo así como, por ejemplo, un paquete VIP por la suma de 2 millones de pesos. Nadie se opone, las entradas se agotan en un abrir y cerrar de ojos, los recintos se vuelven sold out y urge sacar una segunda, tercera y hasta cuarta fecha. Y luego el consumidor se queja porque estuvo una semana sacándose mocos negros después del concierto en el tierral inhabitable. Pero el show estuvo sold out. Y los siguientes, en el mismo recinto, también volverán a agotarse. No hay que ser médium para saberlo.

Aparentemente, no importan las condiciones de la experiencia por la que pagaste. Un par de reclamos por redes sociales, unos meses que hayan pasado y luego se vuelve una anécdota de la cual reírse en la fila del siguiente recital en la lista. Al fanático se le olvida que antes que fanático es consumidor. Y los consumidores tienen derechos, al menos, en la legislación chilena, bastante bien regulados y exigidos a quienes ofrecen servicios. El problema está en que no se toman en serio las faltas que las productoras ejercen constantemente contra los usuarios: cancelaciones de show a último minuto sin solución para quienes viajaron de región, cambios de recinto que eliminan locaciones ya compradas, sobreventa de tickets, atrasos en las filas de ingreso, y revisiones de seguridad propias de Colina I. Todas situaciones completamente inaceptables bajo la mirada del Servicio Nacional del Consumidor, pero que no llegan a tener consecuencias reales cuando sólo reclama un cuarto de todos los que asistieron.

Así, creamos un círculo vicioso del cual no podemos escapar. Somos prisioneros sosteniendo nuestras propias cadenas y hacemos fila ─virtual y presencial─ para volver a pasar por ese infierno una y otra vez, siempre por elección propia. Porque no importa la mala experiencia que nos haya ofrecido una productora con las mínimas medidas de seguridad, seguiremos pagando para no quedarnos fuera del show del artista. Es impensable, ¿cómo van a ir todos menos tú? Endéudate, si para eso trabajas. Y en efecto, no somos más que monos condicionados a aplaudir y vaciar nuestras billeteras cada vez que el dueño del circo muestra un afiche nuevo. Mientras se llenan los bolsillos y vacían los nuestros, seguimos embobados con el placebo de pertenecer. Y por eso debemos registrarlo e inmortalizarlo para siempre en nuestras redes sociales. Realmente, no es símbolo de estatus social, es símbolo de existencia. Se ha vuelto crucial para sentirnos válidos, entes reales y no etéreos, saber que aunque dejemos de habitar este planeta esos vídeos estarán por toda la eternidad dejando la huella de que, en ese momento, estuvimos allí. No presentes ni nada, porque estuvimos todo el tiempo pendiente de grabar, pero estuvimos.

La invitación es a cuestionarse el por qué de nuestras acciones. No está mal grabar un concierto, probablemente quieras guardar tu canción favorita para volver a escucharla y transportarte a ese lugar cuando estés mal, pero ¿por qué vivir toda tu vida a través de un aparato, cuando el ente que debe vivirla eres tú? No está mal pagar una entrada por ver a tu artista favorito, pero ¿por qué pagar por un servicio que te dejó con asma una semana entera?, tal vez si cada boleto no te dejara comiendo fideos y arroz por un mes entero, podría ser algo que valiera la pena experimentar, pero en la mayoría de los casos, esa no es la realidad.

¿Hacia dónde nos queremos dirigir? Si la entrada base ya está en $80.000 pesos chilenos en un recinto chico y sin ventilación para una banda sin mucho público pero viral en TikTok, si la entrada más cara está llegando a los $2.000.000 de pesos chilenos por una locación en primeras filas y un poco de merch, si los recintos paupérrimos que están escogiendo las productoras te están dejando con problemas de salud posteriores, y no hacemos nada ¿hacia dónde vamos a llegar? ¿qué tanto estamos dispuestos a sacrificar con tal de no faltar? ¿a través de qué lentes estamos viviendo realmente? ¿qué recuerdos estamos guardando? ¿con quiénes estamos conectando?

Lo importante es comenzar a hacernos estas preguntas. No esperando que el mundo cambie, sino buscando cambiar nuestra propia experiencia personal con el mundo. No se trata de los demás, se trata de tus elecciones de vida, de lo que estás eligiendo experimentar y a través de qué formas estás viviendo realmente. Sentir porque estás presente, no porque quieres guardar el recuerdo de haber estado presente ─en estricto rigor, realmente, estabas ausente, caminando mentalmente hacia el futuro─; reír, llorar, saltar, recuperar el aliento y conectar con miles de extraños a tu alrededor, creando nuevos recuerdos reales, tangibles, conocer nuevas personas, y tal vez, vivir tan conscientemente que logres volver a sentir que todo tiene sentido otra vez.

El mundo ya está construido para que vivamos con la mente volátil, estando en todas partes menos en donde estamos realmente, viviendo aferrados a la nostalgia del pasado y angustiados por la incertidumbre del futuro. Depende de nosotros vivir las pocas experiencias que sí podemos elegir de una manera en la que honremos nuestra persona, nuestras vivencias y sobre todo, nuestros recuerdos.

Written By

Audiovisual, amante del metalcore y las emociones humanas. Me gusta retratar en mis escritos lo que sienten las personas en los conciertos y analizar el metal desde el desarrollo personal de los artistas ♡

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