24 de noviembre 2017 | Movistar Arena
Nota: Freddy Veliz
Desde la lejana Islandia, tierra de 338.000 habitantes aprox., cuna de artistas de la talla de Björk, Solstafir, Of Monster and Men o The Sugarcubes, llegó para debutar en nuestro país, el ahora trío, Sigur Rós. Agrupación que inició su carrera discográfica hace 20 años atrás, y que actualmente cuenta con siete álbumes de estudio, y una gran cantidad de seguidores a través del orbe. Eso quedó demostrado en Chile con la rápida venta de entradas, obligando a la productora a extender el Movistar Arena a tres cuartos de su espacio disponible en un principio (se contemplaba solo la mitad del recinto). Conjunto que se ha hecho un nombre, sin pertenecer al tradicional grupo de artistas pop, o rock de masas. Su música dista bastante de ser masiva, lo que podríamos definir como un fenómeno y un verdadero logro por parte del grupo compuesto por Jón Þór Birgisson (Jonsi) en voz y guitarra; Georg Hólm (Goggi) en bajo y Orri Páll Dýrason en batería, el romper cánones tradicionales y lograr el éxito a nivel internacional desde su vereda.
Siendo las 21:00 horas el recinto ya estaba copado, y luego de 15 minutos aproximadamente, bajan las luces y sobre una gran pantalla led de fondo, etéreas imágenes rocosas en tonos azules se proyectan otorgando movimiento mientras los tres músicos ejecutan “Á”, una de esas nuevas canciones que el trío viene presentando en vivo y que serán parte de una próxima obra discográfica. Jonsi con arco en mano, va arrastrándolo sobre las cuerdas de la guitarra, creando esos particulares sonidos que le impregnan el sello característico a la propuesta de Sigur Rós.
Con sutileza la banda integra elementos, que complementan su música desde la riqueza visual. Además de las pantallas led, sobre el escenario se disponen una cierta cantidad de varas proyectadas hacia lo alto, las que en el transcurso del concierto se van iluminando en distintos colores, según sea lo apropiado para cada una de las canciones, formando geométricas formas, que le dan profundidad a la puesta en escena, con los tres músicos entremezclados en ese laberinto de luz. Cada detalle no es dispuesto al azar, en “Ekki Múkk”, pequeñas luces invaden el escenario como si un grupo de luciérnagas iluminaran la noche, o la presencia de la muerte ejemplificada en estas varas que se iluminan como finas cruces en “Dauðalagið”.
Antes, “Glósóli”, pieza solicitada desde el inicio por parte del público, impacta con su explosivo final, iluminando por completo el aforo, mientras los riffs distorsionados y la fuerza de los tambores crean una catarsis de emociones en los más de 10.000 asistentes. No hay palabras hacia el público, la música de Sigur Rós habla por sí sola, y debe fluir sin nada que corte ese viaje de emociones al que nos convocan. Ni siquiera el idioma es vital. Ellos en gran parte utilizan el islandés y el Volenska (Hopelandic) idioma inventado que utiliza frases sin sentido, pero que actúan como instrumentación vocal, para añadir nuevos colores a cada corte en donde lo incluyen. “Vaka” nombre dispuesto para calificar el tema Untitled #1 del álbum “()” (2002), es un claro ejemplo de lo que se puede lograr con tan solo el sonido sublime del piano a cargo de Orri Páll Dýrason y la conjugación de esta lengua ficticia. Y cuando la calidad sonora es impecable desde el inicio hasta el final del concierto, los resultados se doblegan.
“Niður”, “Óveður” y “Varða” son las tres nuevas piezas que incluyen en este tour por Sudamérica, y se unen perfectos al set que nos proponen. El público de mirada incrédula con respecto a lo que se vivía, mantiene un silencio sepulcral, cual ceremonia religiosa dejando que los sonidos emanados con intensidad desde el escenario, cayeran como un manto de emociones que cubrían cada una de sus almas. Una experiencia mística y orgánica, a través de creaciones que nacen sin buscar etiquetas que las definan, y realmente no es necesario buscarlas, simplemente basta con dejarse llevar por esos senderos crípticos y atemporales. Melancolía, oscuridad, destellos de luz se cruzan en nuestra mente cuando nos conectamos con Sigur Rós, y su propuesta. Han querido clasificarlos como Post-Rock, algo de lo que su fundador reniega, y en lo personal, respeto su postura, porque su obra sugiere quitar límites a la creatividad y no asociarse a un género específico. En la música de los oriundos de Reikiavik, cofluye en perfecta armonía, el ambient, el pop, el art-rock, la música incidental, e incluso lo industrial, que por momentos golpea fuerte quebrando la serenidad que abunda en las composiciones de Jonsi y compañía.
Para el final “Popplagið” arremete silente hacia un remate distorsionado, con embates shoegaze, dejando una sensación de haber vivido una aventura íntima con nuestras más profundas emociones, como un mar de corrientes pacíficas que se convierten de un momento a otro en olas amenazantes. Los tres músicos se retiran con sus rostros sonrientes luego de un feedback con el público que los reconocía con gritos y palmas en alto. Sabíamos que esto terminaba ahí, pero nadie se movía de su lugar, pidiendo que esas dos horas y uno poco más, se extendiera por más tiempo. Los islandeses regresan dos veces, pero sólo para despedirse con una respetuosa reverencia, estupefactos por un recibimiento que lo más probable no habían experimentado en la fría sociedad europea. En la pantalla se leía en grandes letras “Takk”, nosotros les respondemos, gracias a ustedes, por la experiencia.
Set list:
-
Á
-
Ekki Múkk
-
Glósóli
-
E-Bow
-
Dauðalagið
-
Fljótavík
-
Niður
-
Óveður
-
Sæglópur
-
Ný Batterí
-
Vaka
-
Festival
-
Kveikur
-
Varða
Encore:
-
Popplagið