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Chile

Magos, espadas y rosas: Tres generaciones de rock celebrando 35 años de historia

Lo vivido en el Caupolicán trasciende la categoría de concierto. Fue una muestra palpable de cómo el metal y el rock, con sus múltiples matices, mantienen intacta su capacidad de emocionar, unir y despertar algo esencial en nosotros.

Nota: @jaime_gonzalez_vocalista | Fotos: @javiajerap

El Teatro Caupolicán se vistió de historia y olor metálico en una noche que unió generaciones y estilos en torno a una misma devoción: el rock como lenguaje universal. 

Desde los primeros decibeles se respiraba la electricidad de un público que sabía viviría algo más que un mero recital, sería un rito, un viaje compartido entre la tradición forjada en Chile, su nueva cepa y la leyenda venida desde tierras trasandinas. Tres bandas, tres formas de entender la música, un mismo fuego que se encendió y no se apagó hasta el último acorde.

DELTA

La primera descarga de la noche vino de la mano de Delta, banda nacional que asumió la difícil tarea de abrir un teatro que rápidamente se llenaba de ansiosos seguidores del heavy metal. Desde el inicio con “Crashbreaker”, el grupo mostró un sonido sólido y preciso, que escapa a la normalidad de lo que suena un telonero, con el atrevimiento de decir que sonó incluso mejor que la banda principal, marcado por guitarras filosas y un bajo que sostenía con fuerza cada pasaje progresivo. La recepción del público fue inmediata, la intensidad sobre el escenario no dejó espacio para la indiferencia.

Con “The Great Dilemma” y “Oceans”, la agrupación profundizó en su propuesta, que combina estructuras progresivas con un sello muy personal. Fue aquí donde la figura de Paula, vocalista de la banda, comenzó a marcar la diferencia. Su registro lírico, de técnica depurada y afinación impecable, flotaba sobre las capas instrumentales con un dramatismo casi teatral, elevando la presentación a un plano distinto. Aunque lo verdaderamente impactante llegaría en los momentos en que, con un giro repentino, Paula dejaba atrás la pulcritud clásica para lanzar guturales desgarradores, tan inesperados como demoledores, capaces de estremecer al público con una potencia sobrenatural. Su dualidad, la belleza cristalina de la voz lírica y la brutalidad de los guturales, definió el sello más sorprendente de la presentación.

La intensidad subió aún más con “The Humanest”, que presentaron como una forma contemporánea de representar la Inteligencia artificial y sus niveles emocionales para un humano, más “My Addictions”, donde la banda alcanzó su punto más alto. Las guitarras, cargadas de virtuosismo, encontraron en Paula la guía perfecta para desplegar atmósferas que oscilaron entre lo etéreo y lo agresivo. Fue un cierre que dejó la impresión de que Delta no solo cumplió con el papel de teloneros, sino que elevó los estándares de la velada con una actuación memorable.

PANZER

La banda insigne del metal chileno, tomó el escenario con la fuerza de quienes saben su historia late aún en cada riff. Desde el primer potentísimo compás se sintió la impronta aguerrida de una agrupación que fue pionera del heavy metal nacional en los años 80. Con una sonoridad purista, directa y estructurada al modo clásico, parecían declarar que el metal verdadero no caduca, se afianza.

La voz de Beto López, que a pesar de su cantidad de tiempo en el rubro, mantiene una pulcritud notable, fue una lección en presencia escénica. Su interpretación era limpia, afinada y sin perder la veta de rusticidad que hace creíble esta música. Es admirable comprobar que el tiempo ha desarrollado, en lugar de consumir, su capacidad vocal.

El homenaje surgió en “Hombre de Metal”, dedicado a Kano Álvarez. Y anteriormente un homenaje sentido a Juan “Panzer” Álvarez, fundador de la banda y figura monumental del metal chileno, quien falleciera a los 69 años en el año 2020. La letra, vibrante y clara, cobró especial emotividad al recordar que Juanzer fue más que un músico, fue mentor y semillero de generaciones emergentes.

Recordemos que desde el comienzo de su carrera, Panzer abrió conciertos en Chile de leyendas como Black Sabbath, Iron Maiden, Megadeth, AC/DC, entre muchos más. Esa insignia de “banda predecesora” siguió intacta esta noche, siendo una referencia viva cada vez que se menciona el heavy metal en nuestro país. Con canciones como “El legado ” y “Defendámonos”, se sintió una cohesión ensayada con rigor, que subraya su estatus de banda de culto. Su etapa en escena mantiene la fuerza original de una propuesta que defiende el sonido primigenio de los 80, una que fundó su tradición en países donde el metal apenas comenzaba a germinar.

RATA BLANCA

La noche se impregna de un solemne griterío ahogado, para comenzar con “Hijos de la tempestad”, el público conteniendo el aliento ante la solemnidad del riff inicial. Solo algunos compases después, el escenario explota con “Sólo para amarte”, y la tensión se libera. Suena su tercera canción, “Volviendo a casa”, estallando una algarabía de coros: fue el primer momento donde toda la multitud nos rendimos proactivamente ante la música y energía que teníamos en frente. Lo sigue “El beso de la bruja” y se convierte en un trago de poder vocal. Los agudos inhumanos de Barilari impresionan, encarnando la seducción fatal de un encuentro mágico. La letra, inspirada en la leyenda del aquelarre, evoca un hechizo ancestral que fascina y cautiva… y esa energía satura el aire con su intensidad.

Con “Talismán”, el ritmo se vuelve ritual. El recinto entero acompaña al unísono el “whoooh oh” final, guiado por su cantante, quien alza una bandera chilena, dejándola colgada dramáticamente sobre el monitor de guitarra, como símbolo de devoción compartida.

Cuando Barilari proclama “El rock está vivo, y el rock es rock”, prepara el terreno para “Rock es rock!”, una oda directa al género que, aunque con tintes de hard rock pop americano al estilo de Poison o Europe, encuentra encendido eco en cada pulsación del público.

“El círculo de fuego” enciende los ánimos nuevamente, con coros que estallan en agudos escalofriantes, donde un frío desgarrador atraviesa nuestra espalda, avisándonos que todo lo que llevábamos viviendo superaba la concepción humana. Luego, “Ella” ilumina el escenario con un solo de Giardino que desafía las técnicas de auténticos héroes de la guitarra.

Damos paso a “Días duros”, la banda toca fibras nostálgicas, recordando una tentativa casual: su primera presentación en Chile, junto a Diva de nuestro querido Alfredo Lewin y los californianos L.A. Guns, en 1992 (dijo 1991, pero nosotros hacemos la corrección histórica, para más placer. Guiño). Esa mirada al pasado genera complicidad y emoción.

Después de “El camino del sol”, aparece el momento comunitario. El líder vocal pregunta si queremos más… La respuesta es ensordecedora: “¡SÍ!”

“¡Esto es Chile!”, exclama y el público responde con furia y devoción.

Hasta que llega el momento socialmente más esperado… “Mujer amante”, la pista se transforma en un karaoke colectivo: todos marcan el ritmo con palmas, entonando cada frase como si fuera un himno atemporal, un himno que es recordado casi por nuestro inconsciente colectivo, en donde sin darte cuenta, ya conoces cada una de las palabras que vendrá dramática y teatralmente interpretada.

Un pequeño tropiezo técnico con el in-ear ocurre en “Guerrero del arco iris”, y Barilarientra desfasado. Pero con veteranía lo reconduce, y la canción renace más grandiosa todavía. La letra invoca al “guerrero del arcoíris” como salvador de un mundo al borde del colapso, un mensaje ecológico y urgente cargado de épica y urgencia.  La emotividad alcanza su cenit con “Aún estás en mis sueños”, un hechizo de guitarra y nostalgia donde el incombustible cantante transmite un anhelo casi sobrenatural por alguien que persiste en la mente aún en sueños, entre encanto y realidad. 

Llegando al cierre, “La leyenda del hada y el mago” desata la descarga final de energía. Es el clímax absoluto: el público vibra, salta, canta con todo. Una erupción emocional que sella una velada cargada de magia, rock y fraternidad.

Lo vivido en el Caupolicán trasciende la categoría de concierto. Fue una muestra palpable de cómo el metal y el rock, con sus múltiples matices, mantienen intacta su capacidad de emocionar, unir y despertar algo esencial en nosotros. Las nuevas generaciones, mezcladas entre los rostros curtidos de quienes llevan décadas siguiendo esta música, encontraron aquí un espejo y un legado. Porque el rock no es solo un género, es un espíritu que se hereda, se transforma y se multiplica. Y mientras existan noches como esta, en que viejas glorias y nuevas propuestas conviven con la misma pasión, el mensaje es claro: el rock está vivo, seguirá vivo, y seguirá guiando los caminos de quienes se atreven a soñar con guitarras encendidas y corazones en alto.

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Noticia publicada por el área editorial.

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