Nota: @jeff.qlo | Fotos: @dankase.raw
Fueron cinco años de espera, cinco inviernos de aullidos contenidos en la garganta. Pero anoche, por fin, Powerwolf volvió a desatar su liturgia sobre tierra chilena, cumpliendo su promesa y ofreciendo una noche que quedará grabada en el grimorio colectivo de los fanáticos.
Antes de que los lobos tomaran el escenario, la noche ya había comenzado a templarse con dos presentaciones que marcaron la pauta. Hëiligen, banda nacional de heavy metal, fue la encargada de abrir los fuegos con una entrega sólida y una presencia escénica que no pasó desapercibida. Con una recepción positiva por parte del público, demostraron que el metal clásico chileno tiene fuerza y actitud, dejando claro que están listos para escenarios de alto calibre. Más tarde, Lord of the Lost transformó el ambiente con una propuesta que combinó lo industrial y lo gótico, evocando atmósferas oscuras y seductoras que hicieron eco a la mejor era de HIM. Con un frontman completamente entregado, que conectó profundamente con los asistentes, su show fue un despliegue de elegancia sombría y una lujuria que se notaba a gritos. Su calidad escénica y musical los posiciona como una banda que cumple con entregarte calidad y están hechos para un publico mas diverso.
Y ante Powerwolf, la espera no fue en vano: el Teatro Cariola vibró con una misa de acero, sangre y melodía, donde cada canción, desde sus clásicos hasta los himnos más recientes fue recibida como un acto de fe. El repertorio fue generoso y contundente, repleto de esos coros que han convertido a Powerwolf en una de las bandas más aclamadas del power metal contemporáneo, aqui hay escencia alemana de calidad.
El público, completamente extasiado, respondió con devoción absoluta. Desde los primeros compases, la energía fue tan alta que ni los cuerpos de seguridad pudieron quedar ajenos: en un gesto inusual pero revelador, la banda los hizo parte del espectáculo, destacando su labor y provocando una ovación que cruzó sonrisas entre músicos, fans y trabajadores por igual.
La comunión entre escenario y público alcanzó momentos delirantes. En el corazón del mosh pit, no solo hubo empujones y pogos; también aparecieron bailes románticos improvisados, parejas girando en medio del caos, y hasta oraciones murmuradas como si se estuviera frente asi a una deidad lobuna. Porque eso es Powerwolf: una religión sin iglesia, donde los creyentes veneran a dioses vestidos con piel de lobo, donde el rito incluye vampiros, cruzadas medievales y cánticos que huelen a incienso profano.
La escenografía fue muy clave y notoria, cada cancion tenia una proyeccion diferente y eso se agradece y se hace notar el amor por lo que hacen, los juegos de luces y el desplante de Attila Dorn elevaron la noche a una verdadera ceremonia. Fue una misa pagana, un aquelarre con armaduras de cuero, donde cada aullido del frontman se sentía como una invocación directa a los antiguos espíritus ancestrales. Y en ese contexto, todo tuvo sentido: los fans arrodillados levantando los brazos, las miradas extasiadas, los cánticos al unísono… todo era devoción.
Lo de anoche fue más que una deuda saldada. Fue una promesa renovada. Powerwolf vino, vio y conquistó nuevamente un Chile que jamás olvidó su última aparición y que ahora implora su pronto regreso. Porque si algo quedó claro tras esta misa de fuego y colmillos, es que no queremos esperar otros cinco años. Queremos volver a aullar juntos. Y si el metal es una religión, Powerwolf ya tiene su catedral aquí.
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