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Internacional

Suffocation: La Cuna del Slam

Desde el primer acorde hubo mosh sin respiro, cuerpos volando, empujones, caídas y una energía colectiva que no bajó en ningún momento.

Por: @jeff.qlo | Foto: @franciscoaguilar.ph

Anoche en Sala Metrónomo no hubo tregua, ni para el cuerpo ni para la mente. Suffocation desató una jornada de brutal death metal cargada de tecnicismo, violencia sonora y una ejecución que dejó el alma y los tímpanos de todos al borde del colapso. Una gira inesperada, sí, pero con una respuesta inmediata: un público completamente entregado a la masacre.

Desde el primer riff, todo fue un cataclismo. El death metal neoyorquino se sintió directo a la vena, sin aditivos ni descansos, con ese sello único que solo una banda como Suffocation puede ofrecer. La calidad del sonido en la sala fue una bendición para los presentes: una mezcla perfecta entre bajos que reventaban el pecho y una batería que sonaba como si un edificio entero colapsara sobre nuestras cabezas. Literalmente, una explosión de cráneo al estilo Scanners.

El vocalista fue una bestia desatada. Cada línea que escupía era una exhibición de control, potencia y técnica, modulando guturales con una facilidad que solo se logra después de años de perfeccionamiento extremo. No se trató solo de gritar; se trató de moldear la brutalidad en forma sonora.

Las guitarras decapitaban sin remordimiento. Cada riff era una cuchilla descendiendo con precisión, desatando una masacre de tempo cambiante, disonancias controladas y una complejidad abrumadora. No había descanso, solo una sensación constante de colapso inminente, y más de un guitarrista en el público debió sentirse inútil ante semejante despliegue técnico.

Pero si hubo algo que dejó en claro que esto era un ataque completo, fue la batería de Eric Morotti. Una máquina, sin pausas, sin errores. Era como una trituradora en plena faena, cada blast beat un disparo a quemarropa. Una intensidad que no se mide en BPM, sino en la cantidad de costillas que probablemente se fracturaron en el pit.

Y luego está Derek Boyer. El bajo no solo sonaba espectacular: se veía brutal. Su forma de tocar, casi en el suelo, con las piernas abiertas y una postura que parece desafiar la anatomía humana, convierte cada nota en una declaración. Lo suyo es una mezcla de técnica, actitud y salvajismo. Lo hace parecer fácil, pero nadie más toca así.

El público respondió con una devoción absoluta. Desde el primer acorde hubo mosh sin respiro, cuerpos volando, empujones, caídas y una energía colectiva que no bajó en ningún momento. Cada golpe recibido parecía una medalla, una marca de guerra ganada en medio del infierno.

Y si hay que hablar de herencias, el género slam le debe su existencia a Suffocation. Fue Liege of Inveracity el detonante, el germen que dio origen a esa brutalidad tan propia del estilo. Ayer, esa influencia se sintió más viva que nunca.

El concierto fue una dosis perfecta de brutal death metal, slam y destrucción. No se trató de ver una banda legendaria. Se trató de ser testigos de cómo esa leyenda sigue escribiéndose en tiempo real. Hoy, muchas espaldas estarán descansando… pero el cerebro aún seguirá escuchando el retumbar de la muerte.

Written By

Audiovisual, amante del metalcore y las emociones humanas. Me gusta retratar en mis escritos lo que sienten las personas en los conciertos y analizar el metal desde el desarrollo personal de los artistas ♡

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