Por @jaime_gonzalez_vocalista | Fotos @crisrock_photography
La velada reunía dos universos musicales que, aunque distintos en forma, convergieron en un mismo propósito, elevar la experiencia del público. Hidalgo abrió la jornada presentando su viaje acústico, íntimo y espiritual, un repaso cuidadosamente elaborado de las obras que han marcado su camino reciente, incluyendo piezas de Agnicayana y revisiones desde Elementos. Más tarde, Avantasia llegaría con la fuerza monumental de su nueva era, mostrando parte de su último trabajo de estudio y desplegando un setlist que navegó por toda su historia, acompañado por un elenco vocal de talla mundial. Dos propuestas, dos mundos… una sola noche inolvidable.
HIDALGO (set acústico)
La presentación acústica de Hidalgo fue un momento de pausa espiritual dentro de una noche marcada por la épica. Angeline Bernini y Gabriel Hidalgo aparecieron sentados, sólo con sus guitarras, construyendo un universo íntimo a partir de cuerdas y silencios. Dejabanclaro que el enfoque no era simplemente “acústico”, sino una clase magistral de melodía, técnica y sensibilidad. La elegancia con la que ambos manejaron los arpegios, los riffs y las armonías transformó el Teatro Coliseo en un microcosmos contemplativo, donde cada movimiento de las manos tenía peso y sentido.
A lo largo del set, Angeline aportó su voz en momentos precisos, casi etéreos, elevando las composiciones a un plano delicado y profundamente emotivo. Su timbre, angelical y sutil,se mezclaba a la perfección con la danza de armonías que Gabriel desplegaba con una naturalidad deslumbrante. Temas como “Kalpa Taru”, inspirada en el árbol de la vida dentro de las tradiciones hinduista y budista, revelaron el trasfondo espiritual del dúo. No solo interpretaban piezas, abrían portales culturales. Las letras y mantras en sánscrito reforzaron esa conexión, recordando la esencia conceptual de Agnicayana, su último disco de estudio y ganador del Pulsar 2024, basado en esa misma cosmovisión: “Es necesario entender la oscuridad para entender la luz”.
Antes de cerrar, el dúo recordó que su primer disco en vivo, “Elementos”, cumple un año en diciembre, y que en él puede encontrarse este mismo set en formato banda, disponible tanto en YouTube como en plataformas de streaming. Para quienes ya los seguían, fue un reencuentro íntimo con su esencia; para quienes los descubrían por primera vez, una revelación que conectó técnica, espiritualidad y tradición. Hidalgo condujo al público por un viaje introspectivo que envolvió cada rincón del Coliseo con una calma luminosa.
AVANTASIA: UNA NOCHE DONDE EL TIEMPO SE DETUVO Y EL ASOMBRO RESPIRÓ
Hay conciertos que se viven, otros que se celebran, y unos pocos que se sienten como si alguien abriera un portal a un mundo suspendido entre la fantasía y la realidad. Anoche, Avantasia logró lo imposible, convertir el Teatro Coliseo en un territorio donde las emociones vibraban con una intensidad física, donde el público parecía una sola criatura de miles de voces, respirando al ritmo de un espectáculo que avanzaba como un sueño lúcido.Antes incluso de que Tobias Sammet abriera la boca, estaba claro que esto sería una ceremonia; un encuentro entre artistas y devotos en el que cada nota se transformaba en una chispa capaz de encender memorias, esperanzas y abismos internos. Y así, la jornada comenzó con una sorpresa que dejó atónitos incluso a quienes creían estar preparados.
“Creepshow” irrumpió como un hechizo reciente pero ya aprendido de memoria por todos. Resultaba inexplicable que un tema tan nuevo fuera coreado tan fuerte; era como si el público hubiera nacido sabiendo su melodía. Esa energía colectiva marcó un presagio, la audiencia se nagaba a ser solamente un testigo, sería cómplice. De inmediato llegó “ReachOut for the Light”, y el Teatro estalló como si se hubiese roto una presa interna. AdrienneCowan (Seven Spires) apareció para derretir toda expectativa, una voz joven, brutal, capaz de unir dulzura y fiereza, sosteniendo un agudo eterno que heló la sangre y arrancó gritos espontáneos de incredulidad. Verla era como presenciar el nacimiento de una estrella en tiempo real. No había filtros ni artificios, era talento puro, arrojado sin piedad sobre un público que no podía más que rendirse ante su poder.
Tobias tomó entonces la palabra, cálido, cercano, y dio paso a “The Witch”, marcando la entrada de Tommy Karevik (Kamelot). Su llegada se sintió como el ingreso de un actor protagonista en una obra ya encendida, voz impecable, presencia sobria, y un acompañamiento coral que elevó la atmósfera a un territorio místico. Con “Devil in theBelfry” emergió uno de los gigantes de la noche, Herbie Langhans (Firewind), cuya voz rugosa, gruesa, cargada de fuerza y de un carisma devastador, arrancó los primeros gritos de asombro. Herbie no canta; embiste, atraviesa, quiebra el aire. Es un vendaval contenido en forma humana.
La oscuridad épica de “Phantasmagoria” marcó otro punto de inflexión. Su letra, una caída libre hacia visiones distorsionadas, ilusiones, y sombras que acechan desde rincones invisibles, encontró en Ronnie Atkins (Pretty Maids) un intérprete perfecto. Su aparición provocó una ovación, como si el público quisiera agradecer que la vida lo siguiera trayendo a los escenarios. No había rastro de enfermedad ni de desgaste, solo una voz vibrante que parecía desafiar al tiempo mismo.
Antes de continuar, Tobias volvió al micrófono para compartir una reflexión, giran sin descanso, vienen cada año, y aun así logran sacar discos nuevos. Un recordatorio humilde de que esta gigantesca maquinaria de emociones sigue viva gracias al amor obsesivo que rodea al proyecto.
Y entonces llegó uno de los momentos más espectaculares de toda la noche. Una calavera en 3D con sombrero de ajedrez y ornamentos de reina de corazones se deslizó en la pantalla, mientras “Against the Wind” levantaba viento propio. En ese instante apareció Kenny Leckremo (Heat), una fuerza de la naturaleza. Su entrada fue un terremoto, se movía, giraba, lanzaba notas como dagas, volaba la melena, poseído por una energía sobrehumana. Cada una de sus apariciones revivía esa sensación eléctrica de estar frente a alguien no solo talentoso, sino irrepetible.
Entre bromas, Tobias presentó “Dying for an Angel” diciendo que tenía 15 años y que, por tanto, nadie había nacido cuando salió. Tommy se apropió del escenario y entregó una interpretación feroz. Y como si el universo quisiera equilibrar la balanza, volvió Adriennepara “Avalon”, una danza entre dulzura y agresividad, una belleza violenta. Nadie pestañeaba. Todos estaban atrapados en ella.
Tobias añadió una bandera chilena a su atril, gesto simple pero simbólico, que permanecería todo el concierto acompañado por los gritos: “Olé, olé… Toby, Toby…”, un mantra, un abrazo sonoro. Con Promised Land se formó un triángulo imposible entre Tobias, Ronnie y Kenny, tres mundos distintos, un mismo resplandor. La letra, una búsqueda eterna de un territorio interior donde uno pueda finalmente sentirse en cass, cobró un nuevo sentido, el público parecía estar encontrando esa tierra prometida justo allí, debajo de las luces.
Cuando Tobias anunció que venía su obra magna, la audiencia contuvo la respiración. Así inició “Avantasia”, con un virtuosismo que caía como lluvia dorada. Entre aplausos y ovaciones, Tobias confesó que nunca antes su recepción en Chile había sido tan increíble. Su gratitud era real, visible, casi dolorosa de tan honesta.
Entonces llegó “Let the Storm Descend Upon You”, monumental, impecable, con Derbie, Ronnie y Tobias elevando la intensidad a niveles que desafiaban cualquier intento de descripción. Le siguieron “The Toy Master”, “Twisted Mind” y “The Wicked Symphony”, cada una un universo distinto, cada una más grande que la anterior.
Y cuando Herbie abrió “Shelter from the Rain”, el Teatro explotó en un circle pitinstantáneo. Minutos después, Kenny ingresó como una explosión de dinamita vocal. Era increíble, cada entrada suya expandía la energía en el recinto como un latido masivo. La pantalla mostraba una calavera con un molino mientras Sascha Paeth (Heavens Gate)atacaba la guitarra con solos brillantes, limpios, afilados. La relación con el público era total, manos al cielo, voces rotas, torsos que respondían al mando invisible de la música.
“Farewell” llegó como una caricia luminosa después de tanta tormenta, y el Teatro se quebró en emoción. Luego, con “The Scarecrow”, la banda desapareció unos instantes mientras el piano de Miro Rodenberg (Luca Turilli), abría una atmósfera frágil, íntima, casi sagrada. Uno a uno los músicos fueron regresando, como si la canción los llamara desde un lugar oculto. Se sintió como la reconstrucción de un corazón.
Tras el encore, Tobias habló tranquilamente. Confesó que él mismo responde los mensajes en Facebook, que están agotados por los viajes, pero que suben al escenario con toda su energía como un acto de amor. Y así, con “No Return”, Kenny nuevamente incendió cada centímetro del lugar. Luego vino “Lost in Space”, con el público marcando el ritmo con palmas, un coro perfecto, un abrazo colectivo con (Chiara Tricarico) como protagonista (Moonlight Haze).
Finalmente, “Sign of the Cross / The Seven Angels” cerró la noche con los siete cantantes en escena, un último estallido de luz y épica, y una lluvia de confeti cayendo sobre la multitud como si el Coliseo se hubiera convertido, por un instante, en el centro del universo.
Avantasia, otorgó una experiencia emocional total, un viaje entre luces, sombras, recuerdos, asombro y gratitud. Un espectáculo que se instala sin pedir permiso entre lo mejor del año.
Esta noche habíamos atravesado dos formas distintas, pero igualmente honestas, de comprender la música como un puente entre mundos. Hidalgo, con su espiritualidad acústica y su diálogo entre luz y oscuridad, nos recordó que toda búsqueda artística nace en la introspección; que antes de levantar murallas sonoras o invocar coros gigantescos, es necesario sentarse frente a uno mismo y escuchar. Avantasia, en cambio, elevó esa búsqueda hacia lo monumental, transformando esas mismas preguntas en un torbellino de dramatismo, fantasía y comunión colectiva.
Ambos extremos, la intimidad que mira hacia adentro y la épica que se expande hacia fuera, convivieron en una misma velada para recordarnos que la música no solo entretiene, nos ordena, nos cuestiona y nos devuelve algo de lo que somos. Entre la espiritualidad de los mantras en sánscrito y las historias fantásticas de un universo soñador, quedó una enseñanza clara, que la luz y la sombra, el silencio y el estruendo, la reflexión y el grito, son parte del mismo viaje.






















