Por: @jeff.qlo
El viento pestilente de los festivales europeos finalmente cruzará el océano para desatar su hediondo reinado en Chile: Gutalax está por aterrizar y, como era de esperarse, hordas de fanáticos coprofílicos y amantes del goregrind festivo ya limpian su papel higiénico y preparan sus disfraces para el cataclismo escatológico más esperado del año.
Lo de Gutalax es un carnaval de lo absurdo, una celebración grotesca de la inmundicia elevada al arte. Su presencia en el escenario es única e inconfundible: un desfile de escobillas, trajes de inodoro, gafas ridículas y una actitud de total irreverencia, donde el buen gusto se tira por la cañería y el exceso se convierte en himno. Es un caos organizado, donde el descontrol es la norma y cada segundo de show está pensado para que el público olvide sus penas y se entregue al delirio fecal. Pero bajo toda esa capa de humor , Gutalax es más que solo escenografía escatológica. Hay una habilidad real para crear riffs pegajosos que enganchan desde el primer segundo, como un examen de heces que revela más de lo que quisieras saber. Son ritmos que se te quedan pegados como papel húmedo en el zapato, imposibles de despegar de la mente. Entre guturales viscosos y blast beats que rebotan como tapón de inodoro atascado, Gutalax despliega un repertorio sonoro que no necesita virtuosismo, porque cada riff está diseñado para ser una descarga directa a las neuronas.
Hay bandas que diseñan su música como sinfonías complejas o disecciones técnicas de la brutalidad. Gutalax, en cambio, lo hace como un análisis de aguas servidas: directo, sin filtro y con resultados que te marcan de por vida. Cada riff es como encontrar un regalito flotando donde no debería estar, una mezcla de sorpresa, asco y risa incontrolable. Es una experiencia auditiva y digestiva al mismo tiempo, donde el grindcore se convierte en una fiesta sanitaria de proporciones históricas. Lo fascinante de Gutalax es que, a diferencia de bandas que se toman demasiado en serio, ellos no buscan ser más rápidos, más técnicos o más brutales que nadie. No les importa. Su misión es simple: entretener, divertir, provocar carcajadas y, sobre todo, crear un ambiente de total desenfreno donde el ridículo es el rey y la dignidad se deja en la puerta. En un mundo donde tantas bandas se esfuerzan por construir mitologías oscuras o discursos profundos, Gutalax es un aire fresco (o pestilente) de libertad absoluta.
El público chileno, conocido por su brutalidad y entrega, será el caldo de cultivo perfecto para este festín de mal gusto y genialidad sonora. No será solo un concierto, será una celebración a lo escatológico, un desfile de papel higienico al viento y riffs podridos que harán retumbar hasta las cloacas de la ciudad. La llegada de Gutalax, será una cicatriz imborrable en la memoria colectiva de quienes se atrevan a presenciar el reinado absoluto de la caca hecha música.
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