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Live Review Internacional

Cradle of Filth, Ater y Uada: del destiempo al caos y la grandeza

El Teatro Coliseo se convirtió en escenario de un ritual marcado por retrasos, fallas técnicas y tensiones, pero también por la contundencia de Ater, la oscuridad hipnótica de Uada y la comunión inquebrantable entre Cradle of Filth y su público chileno.

Reseña: Litta | Fotos: Crisrock

La noche de este jueves 28 de agosto, en el Teatro Coliseo, el tiempo dejó de ser lineal y no comenzó cuando debía, se quebró, se fragmentó, se resistió a obedecer. Las puertas se abrieron tarde, la prueba de sonido fue un simulacro casi de urgencia, y los murmullos crecieron como una procesión ansiosa. Todo parecía presagiar un desastre. Sin embargo, lo que emergió de aquel atraso no fue una derrota, sino una victoria secreta junto a la demostración de que en el caos también puede residir lo sagrado y lo imperecedero.

Pero para llegar a ese clímax había que atravesar los portales que abrieron las bandas teloneras. Y ahí, lo que sucedió fue tan monumental que muchos lo recordarán como la verdadera revelación de la jornada. Nuestros nacionales Ater se presentaron con una potencia que bordeó la perfección, con cada riff, cada golpe de batería, cada gesto sobre el escenario fue un puñetazo sonoro que reclamó con precisión su lugar en la historia. No hubo titubeos ni distracciones, solo una presencia mordaz que se incrustó en la carne del público, demostrando que el metal chileno no necesita concesiones para mostrarse como lo que es, un producto brutal y dueño absoluto de su espacio. Ater pasaron de ser teloneros a ser un igual, un contrincante que salió a recordarnos que a veces, las sombras más intensas no vienen de afuera, sino de nuestra propia tierra.

Por su parte, Uada, invitados oficiales de la gira, levantaron un muro de sonido que se sintió como un cataclismo espiritual. Su presencia sobre el escenario fue la de una fortaleza, no solo musical, sino también escénica, estuvimos en presencia de una liturgia de sombras donde cada figura encapuchada parecía parte de un culto secreto. La atmósfera que desplegaron no fue de este mundo, fue un agujero negro que absorbió a la multitud, llevándola a un viaje lúgubre, hipnótico y abismal. La perfección de su ejecución, unida a la intensidad de su puesta en escena, caló tan hondo que muchos sintieron que ya habían cumplido la misión antes siquiera de ver a Cradle of Filth. Uada junto a su setlist compuesto por estas siete canciones; Natus Eclipsim, Djinn, Blood Sand Ash, In the Absence of Matter, Retraversing the Void, Cult of a Dying Sun y Black Autumn, White Spring, dejaron marcada la certeza de que el día que vuelvan solos, Santiago se rendirá de nuevo ante su tempestad.

Con un retraso de cuarenta minutos, Cradle Of Filth comenzó la Intro que fue apenas un susurro de otra dimensión, y To Live Deliciously irrumpió como un clamor de transgresión, y el sentido de vivir deliciosamente y no solo entregarse al exceso, sino aceptar que incluso lo imperfecto puede ser sublime se apoderó del recinto. Cuando sonó The Forest Whispers My Name, se abrió una grieta hacia la memoria colectiva, aquel bosque imaginario susurró a los chilenos que lo gótico no muere, junto a una puesta en escena que gritaba grandeza, con columnas de gas que parecían geysers del inframundo. El eco fue imperfecto, sí, porque la acústica del Coliseo es un monstruo difícil de domar, pero arriba, en las plateas, la reverberación se transformó en manto, como si la penumbra abrazara a los que saben escuchar más allá del ruido.

En She is a Fire, el presente ardió y la exaltación de la belleza cruel, esa que solo COF puede volver sublime se volvió carne. Malignant Perfection fue un espejo con la perfección maligna que se mostró en forma de fallas técnicas, de gestos tensos entre Dani Filth y el sonidista, de esa fricción que reveló la verdad desnuda del ritual. No hay concierto sin riesgo y no hay arte sin fisura. The Principle of Evil Made Flesh recordó que toda esta historia comenzó como un desafío al dogma, y que décadas después aún persiste esa osadía. Heartbreak and Séance y Nymphetamine fueron la confesión íntima, la primera, un lamento espectral y la segunda, la comunión multitudinaria que convirtió al Coliseo en coro funerario. El viaje continuó hacia la tumba con Born in a Burial Gown, y luego hacia la eternidad con una dinastía de himnos que no envejecen, porque pertenecen a una era fuera del tiempo presente. En White Hellebore, lo nuevo brotó como veneno fresco, mientras Creatures/The Monstrous Sabbat erigió un aquelarre de proporciones míticas. 

Una pausa que casi se hizo eterna pero que con el regreso de la banda, –cada uno con su cerveza en mano–, la tensión se dejó de lado cuando las primeras palabras de Cruelty Brought Thee Orchids y la nueva voz femenina —Kelsey Peters— no se limitó a suplir una ausencia y encarnó la llama que confirma que Cradle of Filth no es estático, sino un organismo que muta, se reinventa y arde de nuevo. Death Magick for Adepts selló el pacto y la muerte, aquí, que no es final sino conocimiento secreto y acceso a otra dimensión. Y cuando llegó Her Ghost in the Fog, el Coliseo se transformó en un templo donde cada garganta fue un incensario y la ejecución musical, junto a la conexión histórica de la cofradía Filth con Chile, nos hizo olvidar la ausencia de los ex integrantes. No importaba ya el retraso, las fallas, los gestos contrariados, todo lo que quedó fue la certeza de haber presenciado un ritual irrepetible.

Cradle of Filth en Santiago no fue un concierto perfecto, porque la perfección no existe en la música que de verdad importa. Fue, en cambio, un acto trascendental, con un recordatorio de que en lo quebrado también habita lo eterno, y que cuando el caos y la liturgia se abrazan, el resultado es arte en estado puro.

Written By

Editora y Creadora de Contenido en iRock. Leal servidora del Rock, el Metal y los sonidos mundanos. Conductora en "La Previa" y Co-conductora en "Rock X-Files". | Mail: litta@irock.cl

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