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El abismo en casa: cuando el Black Metal se crea desde el despojo

Una exploración al sonido nacido desde la precariedad, donde la atmósfera no se produce, sino que se habita.

En una habitación cerrada, iluminada apenas por la luz roja de una vela consumida, un joven grita contra la nada. La voz no va dirigida a nadie, salvo a sí mismo, o a aquello que en su mente lo observa desde las esquinas. A su lado, una grabadora de cinta barata parpadea, capturando cada aliento roto, cada lamento saturado. Ese no es un estudio. No hay productor, no hay presupuesto. Es un ritual. Un exorcismo. Una obra de black metal. Lo que para otros géneros sería una limitación, en el black metal se ha convertido en la matriz de su autenticidad. En su médula. Porque en la oscuridad de muchas habitaciones sin insonorización ni consuelo, se gestaron álbumes fundamentales, cuyas imperfecciones son —precisamente— su sangre y su verdad.

La precariedad como lenguaje trascendental del sonido en el género, sucede durante la década del ochenta y los noventa, mientras el mundo se obsesionaba con la la abundancia del glam, la producción nítida del grunge o el perfeccionismo digital de la música electrónica emergente, un puñado de individuos al margen del sistema construía, con medios mínimos, una revolución estética que cambiaría la historia del metal extremo. No se trataba solo de grabar con poco. Era grabar con nada. Grabadoras de cuatro pistas heredadas de un padre aficionado al folk, micrófonos de computadora cubiertos con calcetines viejos, cassettes reutilizados hasta el desgaste, y una absoluta falta de interés por la profesionalización. Lo que para otros sería una maqueta, para el black metal era el álbum final.

Bandas como Ildjarn, por ejemplo, construyeron su leyenda desde grabaciones crudas que parecían capturadas desde dentro de una trituradora de fierro oxidado. Su misantropía, aislamiento y rechazo total a la escena pueden haber contribuido a que algunos interpreten sus silencios como posibles signos de un discurso más centrado en la naturaleza, el odio al ser humano y el ascetismo sonoro. Por otra parte, Moonblood y Vlad Tepes, integrantes de las legendarias Les Légions Noires (Francia), grabaron demos en condiciones de aislamiento voluntario, negándose a distribuir su música masivamente. El ruido, el hiss de la cinta, el crepitar eléctrico, todo era parte del mensaje. El medio era el ritual. Transformaron sus casas como templos invertidos, recreando una atmósfera necesaria para gestar un sonido peculiar y visionario. Hay algo profundamente perturbador y hermoso en la idea de que algunos de los discos más oscuros del metal nacieron en las cocinas. En dormitorios adolescentes donde los posters de bandas colgaban junto a ropa sucia y tazas con café rancio. En baños donde la reverb natural simulaba catacumbas.

El black metal under es una forma de habitar el espacio desde los rincones más inhóspitos del orbe, independiente del país que sean. Cuando Paysage d’Hiver grababa sus primeras obras en Suiza, no buscaba recrear el invierno, realmente lo vivía, encerrado, congelado, dejando que el viento filtrado desde la ventana mal sellada se colara en los micrófonos. Cuando Malefic (Xasthur) grabó Nocturnal Poisoning en Los Ángeles, lo hizo solo, a oscuras, usando teclados MIDI desfasados y una guitarra con cuerdas oxidadas. Su voz parecía venir del fondo de un pozo seco. El espacio doméstico se convierte, en estos casos, en una zona de tránsito entre la psique y el abismo. Una especie de celda monástica donde el artista se autoinflige silencio, hambre, ruido.

No es lo-fi esta forma, es en realidad una verdad absoluta y parte crucial del cómo nace, —personalmente—, uno de los mejores géneros del Metal, el eterno y rugoso Black. Con el tiempo, el carácter “under”  se volvió tan codificado que comenzaron a surgir imitadores, bandas que, con acceso a estudios de calidad, añadían artificialmente hiss o distorsión para sonar “auténticos”. Pero se nota. Se siente cuando algo es forzado. Hay una diferencia abismal entre lo feo porque se quiere y lo feo porque no se puede. Entre la distorsión programada y la distorsión como producto inevitable de una vida sin medios. En los discos que nacen en la precariedad verdadera, hay nervios crudos. Hay errores que no pueden editarse. Hay llantos reales. En ellos no se encuentra una estética, se encuentra un testimonio fidedigno.

Además de las bandas mencionadas, merece destacarse la inclusión de proyectos como Nyktalgia, cuyo black metal melancólico grabado con mínima producción evoca una introspección suicida abrumadora. Circle of Ouroborus, desde Finlandia, fusiona estética lo-fi con elementos post-punk y atmósferas de aislamiento emocional radical. Sterbend, con un solo álbum devastador grabado en condiciones miserables, definió una sensibilidad depresiva irrepetible. Leviathan, en sus primeras grabaciones caseras bajo el nombre Wrest, canalizó su misantropía desde una habitación oscura en San Francisco hasta las entrañas del underground global y Trist (República Checa), que llevó el concepto de grabación casera al extremo de lo ceremonial, convirtiendo cada demo en una oración desoladora y sincera hacia la nada. Estas bandas consolidan el culto de lo doméstico como santuario sonoro del verdadero black metal. Sí, hay muchas más bandas que encajan dentro del ethos del black metal grabado en condiciones de precariedad, con un enfoque lo-fi, solitario y ritual. Pero se nos haría eterno este artículo y la finalidad de este no es dar un dictado de bandas, sino más bien una oda a sus verdaderos orígenes sociales.

¿Quiénes eran estos músicos? En su mayoría, adolescentes o jóvenes adultos sin trabajo estable, sin redes de apoyo, en pueblos pequeños, rodeados de silencio o violencia. Algunos con trastornos mentales no diagnosticados, otros huyendo de entornos familiares asfixiantes. El black metal les dio una vía de escape. Pero no hacia la luz. Hacia lo más profundo de sí mismos. Grabando en sus cuartos, con el mundo afuera, construyeron un mapa espiritual que los guiaba a través del caos. Y aunque muchos de esos nombres quedaron en el anonimato, sus obras resuenan hasta hoy, replicadas, adoradas, interpretadas por aquellos que quizás nunca conozcan la crudeza de una realidad alejada de la bondad humana. Porque en un mundo que premia lo profesional, lo perfecto, lo limpio, hay algo subversivo en gritarle al micrófono en la oscuridad. En dejar que el cable del amplificador zumbante registre tu dolor más íntimo y los ruidos de tu cloaca se mezclen como una fórmula simbiótica. 

Los grandes estudios no podrían haber producido estos discos. No porque no tuvieran los recursos, sino porque carecían del silencio necesario. Del aislamiento. De la deshumanización pura. Estos álbumes no nacieron como productos. Fueron actos de magia doméstica. Ritual privado. Manifiestos de resistencia. Cada demo grabada en una casa vieja con olor a humedad, cada riff desafinado que vibra como un lamento animal, cada voz lejana sepultada por la distorsión, es un testimonio. Una prueba de que el arte puede nacer en la oscuridad más cruda, sin más herramientas que un cuerpo, una mente herida, y el deseo de romper el mundo. Y así, en el cuarto de un desconocido, nació el verdadero infierno.

Written By

Editora y Creadora de Contenido en iRock. Leal servidora del Rock, el Metal y los sonidos mundanos. Conductora en "La Previa" y Co-conductora en "Rock X-Files". | Mail: litta@irock.cl

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