Por: @Jeff.qlo | Foto: Rubén Garate @brutal_pebre_
Hay veces donde se tiende a exagerar la brutalidad de una banda o la entrega de un público que lo da todo, pero lo que ocurrió anoche en el Teatro Cariola no necesita adornos. Exodus arrasó Santiago con una de esas jornadas que quedan marcadas a fuego. Celebrando los 40 años de Bonded by Blood, los norteamericanos descargaron una masacre sonora y física, de esas que dejan el cuello destrozado, la ropa empapada y el cuerpo molido, pero el alma llena.
La ceremonia comenzó con Infernal Thorns, directamente desde Valparaíso, trayendo su black/death metal bien afilado, oscuro y ceremonial. Su sonido fue el presagio de lo que se venía, una calma tensa antes de la tormenta. Aunque el público todavía no respondía con la intensidad que merecían, su ejecución dejó claro que el underground chileno sigue respirando metal puro.
Luego llegó Terror Society, que no tardó en encender la mecha. Con su thrash a toda velocidad, riffs demoledores y una actitud frontal, lograron los primeros moshpits de la noche. Sin tregua, fueron moldeando el ambiente con una energía contagiosa, dejando la cancha lista para la devastación final.
Y cuando las luces se apagaron y los gritos se fundieron en un rugido colectivo, Exodus tomó el escenario como si el infierno mismo se abriera en el Cariola. Desde el primer segundo, el mosh fue ininterrumpido una batalla campal de cuerpos y almas desatadas. Bengalas, cervezas volando, gente haciendo crowdsurfing y cayendo entre risas y golpes, todo formaba parte del ritual.
Rob Dukes dominó la escena con una ferocidad salvaje, gritando, incitando, y manteniendo el fuego encendido hasta el último acorde. Su presencia fue imponente, con esa energía que convierte cada canción en un llamado a la destrucción. A su lado, Gary Holt vivía el éxtasis absoluto, sonriente, desafiante, golpeando cada riff con precisión asesina. Era evidente que disfrutaba cada segundo de la locura frente a sus ojos. Y cómo no, si el público chileno respondió como solo aquí sabemos hacerlo, coreando “¡Chi chi chi, le le le!” una y otra vez, hasta hacerlo parte del set.
El sonido fue crudo, abrasivo y demoledor, un homenaje al viejo espíritu del thrash. Bonded by Blood, The Toxic Waltz, Strike of the Beast… cada tema caía como una bomba, levantando más cuerpos, más caos. No hubo espacio para respirar, ni ganas de hacerlo.
Incluso con disturbios afuera, y la mala práctica recurrente de la llamada avalancha, que por suerte no dejó heridos, la intensidad dentro del recinto fue inquebrantable. Exodus descargó rabia, historia y fidelidad, demostrando que después de cuatro décadas siguen tocando con la misma hambre de cuando tenían 17 años.
Al final, la sensación era una sola, haber sobrevivido a un ataque de thrash puro. La banda se fue entre aplausos ensordecedores, y el público quedó exhausto, pero feliz, con la certeza de haber presenciado una de las mejores presentaciones de Exodus en suelo chileno. Porque lo que pasó anoche fue una guerra, una celebración violenta y un recuerdo imborrable de un legado que se mantiene vigente ante el paso del tiempo.
Fotos: Rubén Garate @brutal_pebre_






























