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Leo Jiménez en Club Chocolate: Una noche de virtuosismo, cercanía y catarsis

“Y en esa comunión entre artista y público, en ese intercambio sin máscaras, reside la verdadera grandeza de noches como esta”.

Por @jaime_gonzalez_vocalista | fotos: @aryel.lbs - @resistancezine

Cinco minutos antes de la hora pactada, el recinto ya estaba repleto y expectante. Las luces se apagaron para dejar sonar a Manowar como preludio, preparando la entrada de los músicos entre aplausos que crecían como un rugido subterráneo. Cuando finalmente apareció Leo Jiménez, La Bestia, la ovación fue inmediata y atronadora. Sin pausa, sin advertencia y sin respiración, abrió la noche con una interpretación brutal y afinadísima de“Desde Niño”, marcando un inicio explosivo que dejó claro el concierto sería un viaje directo a la esencia más pura de su carrera.

La constante de la jornada fue un público absolutamente entregado, cantando cada letra con una convicción que solamente se ve cuando el artista comparte idioma con quienes lo escuchan. Tras “Con razón o sin razón”, Leo saludó a los presentes y la interacción fue inmediata, gritos cariñosos, bromas y una cercanía casi familiar que él supo aprovechar para construir un ambiente cálido y espontáneo. “Volar” llegó con una potencia especial, reforzada por la emoción inherente de su letra, y luego vendría uno de los gestos más comentados de la noche, antes de “Soy libertad”, Leo agradeció que la mayoría del público estuviera viviendo el show sin teléfonos en alto. “Es incómodo cantarle a una pantalla”, dijo, dando pie a una ovación enorme y a un momento que reafirmó la filosofía de honestidad y conexión directa que marcó todo el concierto.

La banda soporte estuvo a un nivel extraordinario y el desempeño de Cristian Suárez en la guitarra fue particularmente notable. Encargado de replicar varias melodías vocales, ejecutó líneas agudas con precisión, liberando a Leo en momentos clave para que recuperara aire y regresara con aún más fuerza. Su afinación, su desplante y su capacidad de interactuar con el público lo convirtieron en uno de los grandes pilares del espectáculo.

Para entonces el concierto ya estaba en velocidad de crucero. Tras “Mesías”, Leo volvió a bromear, esta vez abriendo una cerveza y asegurando mientras reía, que era la mejor que había probado en Chile con una Cusqueña en la mano. Esa mezcla de virtuosismo y naturalidad fue uno de los sellos de la noche, pocas veces un cantante puede alternar entre chistes y notas imposibles con tanta fluidez.

El primer gran momento emotivo llegó con “Vuela alto”. La interpretación, cargada de una profundidad inmensa, derivó en una de las manifestaciones más intensas del público, gente cantando con los ojos cerrados, otros quebrándose en lágrimas, todos conectados por esa capacidad única que tiene la música de atravesar las defensas internas y tocar directamente lo que duele y sana al mismo tiempo. Fue uno de esos instantes que justifican toda una vida de conciertos, porque algo lindo de la música, es que conecta con tus emociones internas. Una canción es una evocación a la transparencia del alma y la conexión con los sentimientos.

Y luego vino la magia inesperada. Desde el público, alguien gritó “¡Getsemaní!”, algo que Leo alcanzó a escuchar. Aunque avisó que no venía en el setlist, dijo que, si la gente la pedía, la cantaría a capella. Bastó con que todos empezaran a corearla para que cumpliera su palabra, regalando una versión íntima y estremecedora que se sintió como un ritual compartido. Otra prueba de esa complicidad tan propia del público chileno, capaz de generar momentos únicos que los artistas recuerdan para siempre. Entre risas y emoción, Leo dijo que “somos el mejor público” y remató con humor criollo: “Somos el mejor país de Chile”, desatando carcajadas generales.

Lo que vino después fue pura adrenalina. Con ironía, comentó que como Saratoga está de gira, no iba a tocar sus canciones… salvo que el público hiciera un circle pit. Y por supuesto, el público lo hizo. Así arrancó “Vientos de guerra”, convertida en un torbellino humano que parecía materializar la letra misma en un campo de batalla simbólico. La respuesta fue tan feroz que terminaron “regalando” más, “Perro traidor” hizo estallar al recinto, y “Parte de mí” sumó un nuevo episodio de emoción colectiva.

El baterista Carlos Expósito también tuvo su momento bajo los reflectores, su performance fue una demostración de técnica, velocidad y control, que terminó con el público vitoreándolo en reconocimiento a su solvencia y humildad en escena. La noche avanzó hacia un recuerdo cargado de significado cuando Leo anunció que la mayor parte de la banda soporte provenía de Stravaganzza. Aprovecharon entonces para dedicar “Grande” al fallecido Big Simon, productor y figura clave en la historia del grupo, que abandonó este mundo a temprana edad el año 2006. El momento fue solemne, cálido y respetuoso.

Entre bromas de que en vez de colets tiraran tangas al escenario, Leo afirmó estar demasiado cansado para “Hijo de la Luna” y ofreció cantar algo de Iron Maiden, interpretando a capella un fragmento de “The Trooper” antes de entrar finalmente en la canción de Mecano en su versión metalera que lo ha hecho tan famoso y ejecutó de forma impecable, apoyado por un público que se sabía cada sílaba.

La entrada del encore fue nuevamente muy risueña, mientras todo el público gritaba al escenario su canción favorita para ser interpretada, La bestia nos dice “Esta es la parte en que todos piden sus canciones, parece que no saben uno toca la lista que ya trae de antes y no vamos a tocar lo que piden” sacando carcajadas para luego cerrar la noche con una energía renovada. “Llévame” y “Es por ti”, fueron un broche final explosivo, donde la banda dio todo lo que quedaba y el público respondió con el mismo nivel de entrega. Las letras, cargadas de intensidad y sentimiento, sirvieron de última descarga emocional antes de despedirse entre aplausos que resistían a apagarse.

Al culminar todo, quedó la sensación de haber sido parte de un encuentro humano, un espacio donde la vulnerabilidad convivió con la fuerza, donde el virtuosismo se mezcló con la honestidad más simple y desarmada. Leo Jiménez desplegó técnica, potencia y entrega; ofreció un recordatorio de por qué la música sigue siendo un refugio imprescindible en tiempos donde la individualidad y la desconexión parecen gobernarlo todo. En cada coro compartido, en cada historia contada entre risas, en cada lágrima derramada durante las baladas más íntimas, se tejió una comunidad momentánea que reafirmó la razón profunda por la que seguimos llenando recintos, para sentirnos acompañados, atravesados y transformados. Y en esa comunión entre artista y público, en ese intercambio sin máscaras, reside la verdadera grandeza de noches como esta.

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Noticia publicada por el área editorial.

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