Por Freddy Veliz - Foto: @dankase.raw
Este 27 de Mayo, en el Teatro Caupolicán se vivió una jornada histórica con dos de los nombres femeninos más importantes de la industria musical alternativa. Imposible no destacar la tremenda trayectoria de Kim Gordon, nombre esencial dentro del rock ruidoso y experimental junto a Sonic Youth, banda de la que fue co-fundadora, convirtiéndose en toda una referente para músicas posteriores. Y justamente una de esas artistas es Annie Clark, quien bajo el seudónimo de St. Vincent se nutre sutil y de buena manera del legado inmenso de Kim, pero en su estilo que va mucho más allá, con una identidad que la destaca entre las artistas más relevantes de su generación.
Como apertura para esta velada, la chilena Chini.png nos adentró en su interesante propuesta musical, donde priman las guitarras shoegaze y una puesta en escena diseñada detalladamente para esta ocasión especial. La cantautora nacional viene creciendo a grandes pasos con su plausible y cautivante manera de enfrentar su música, y eso fue muy bien recibido por un público ávido de nuevas experiencias musicales. Una artista creciente, que merecía estar en este escenario, que luego de su presentación, fue arrollado por una verdadera leyenda de la música mundial.
Kim Gordon, quien fuese bajista y co-fundadora de los esenciales Sonic Youth, llegó para presentarnos “The Collective”, su más reciente y elogiada obra discográfica solista. Su figura entre sombras aparece para inyectarnos una dosis de música oscura, experimental y bellamente sucia. Con “BYE BYE”, se inicia esta travesía sónica que paulatinamente va tomando forma y potencia. Kim a sus 72 años, luce vital, y vestida de short y un polerón con el texto “Golfo de México” estampado en su pecho, como forma de protesta por las políticas del gobierno de Donald Trump, manifiesta su postura en concordancia con la esencia activista presente a lo largo de su carrera. Y su música tiene mucho de esa rabia, representada en un cúmulo de riffs distorsionados que dificultan captar la diferencia entre el bajo y la guitarra, en medio de sonidos programados y machacantes que nos envuelven en un viaje psicodélico, impregnado de referencias a estilos como el trap duro, el hip hop, postpunk o el trip hop.
La icónica artista se alimenta de sonidos actuales y tiene la capacidad de desarrollar un trabajo sólido, sin magulladuras que la mantiene vigente como una de las artistas más geniales de su generación. El público permanece en un estado hipnótico ante esta arrolladora muestra de creación sin límites. Despojada del bajo que la hizo reconocida en su ex banda, esta vez ella opta por la guitarra con la que nos dispara toneladas de intensos riffs, junto a una banda perfectamente ensamblada para entregarnos la contundente ráfaga instrumental que como un manto lúgubre envuelven la voz de Kim que suena etérea, incisiva y misteriosa.
Cortes como la impactante y demoledora “I’m a Man” pasan como una aplanadora sobre la audiencia apabullada ante la presencia escénica de la estadounidense, que tal como ha sido la tónica de su carrera, no se detiene, y va exponiendo su último trabajo casi al pie de la letra (de los 11 tracks del álbum solo dos dejó fuera), “Thropies”, “In Dark Inside”, la inédita “Cigarrettes” deambulan por estados inquietantes con destellos de sentimientos de angustia o de soledad que se van colando entre sintetizadores, la golpeante rítmica de la batería y el bajo, siguen a Kim como directora de escena, que nos convoca a caer rendidos ante su presencia. Con Hungry Baby se asoma esa raíz punk de la que proviene y estimula al público a saltar en un ritual que finaliza con “Cookie Butter”, para desaparecer en las penumbras. Una visita fugaz que puede haber sabido a poco, pero fue tan intensa como demoledora como para dejar al público extasiado y con la adrenalina en las nubes para recibir el plato de fondo.
Anne Clark, St. Vincent, sin dudas es de las artistas más versátiles y creativas de la actualidad. Su música transmuta con el tiempo sin perder un ápice de identidad. Es tercera vez que pisa suelo chileno, las dos anteriores visitas fueron en marco del Festival Lollapalooza, y esta ocasión de verla en un show solitario era inmensamente necesaria, y quedó más que demostrado la noche de ayer en el Caupolicán, donde la artista de 42 años de edad deleitó con un concierto que no tuvo minutos bajos. La ovación del público la recibe apenas ingresa para interpretar “Reckless”, corte que va in crescendo y poco a poco la cantante y multi instrumentista va generando una conexión inquebrantable.
Clark domina la escena con un talento indescriptible, crea un ambiente de teatralidad en cada canción que va entregándonos. Es expresiva, sonríe, juguetea con sus compañeros, se lanza al suelo, grita y ejecuta la guitarra desde las vísceras, cada nota suena con un sentimiento y naturalidad del que pocos músicos pueden jactarse de lograr, y eso la ha llevado a ser elogiada como una de las grandes guitarristas actuales.
Un oleaje de intensas canciones que el público corea, mientras la artista desborda en energía con su música que congrega la experimentación, el rock, lo industrial, con las estructuras más acomodadas del pop, pero de una forma que construye un sello único que la hace inclasificable dentro del tono alternativo con el que constantemente la promueven.
El rock es arte, y no un simple estilo donde todos tienen que sonar igual, y eso St Vincent lo tiene claro, y logra sobrepasar límites con su música, que por momentos es caótica pero continúa en lineamientos controlados por ella con natural dominio. Su rostro se ve feliz en el escenario, lo disfruta, y eso genera la conexión instantánea, juega con la sensualidad, se acerca insinuante a la eximia bajista Charlotte Kemp Muhl y esta se une en una sólida complicidad, su voz puede ser dulce y de un momento a otro nos sorprende con un grito desgarrado. Conoce los códigos y los aplica en cada momento, sabe como entregar un show que no baje en intensidad y lo logra con creces. Su último álbum “All Born Screaming” va en una veta rockera que puso a “Broken Man” como la mejor canción rock del año en los más recientes premios Grammy, y su interpretación solo potenció ese galardón en una performance demencial. Cortes como “Fear the Future”, “Birth in Reverse” o la fantástica “Flea” van enmarcando una postal imborrable.
En un momento la cantante hizo alusión a Valparaíso, y seguidamente nombra a Mon Laferte con quien acaba de lanzar una versión de “Violent Times”, “no más violencia” dice, y nos entrega una conmovedora interpretación de esta pieza que está entre las mejores de su reciente trabajo, otro momento para enmarcar.
La también compositora se mueve constantemente en el escenario y se acerca al público, les extiende sus manos y con un débil español intenta varias veces entrar en diálogo. En medio de “New York” se sube en la reja de barricada y se lanza al público cumpliendo su tradición de crowdsurfin’, los fanáticos enloquecen y la trasladan por la cancha, le sacan los zapatos, le cosquillean las plantas de los pies, ella inmutable sonríe y luego pide sus zapatos, se los devuelven y el concierto prosigue en medio de las risas y la sorpresiva reacción de la audiencia. Con “Sugarboy” y “All Born Screaming” la banda se retira en medio de los gritos de los asistentes que piden por más, Anne vuelve para despedirse definitivamente con una emotiva interpretación de “Candy Darling”.
Posiblemente una de las jornadas musicales más intensas que han pasado por el Teatro Caupolicán, un cruce de generaciones que mantienen vivo el rock como expresión infinita de ideas que fluyen a través de la experimentación, el riesgo y la creatividad de mentes geniales que dan esperanzas para que el sonido más orgánico de las guitarras convivan con las máquinas, sin perder el alma ni el sentido humano del que en su raíz se fue generando. En lo personal, uno de los mejores conciertos del año.


















