Este último viernes de febrero, el Teatro Coliseo abrió sus puertas como quien abre un umbral hacia lo desconocido. Entre luces tenues y el eco de pasos que buscaban su lugar, la música comenzó a tejer su hechizo. Desde la elegancia intrincada de Matraz, pasando por la furia contenida de In Element, hasta la marea sonora de Baroness, cada banda dejó caer una piedra en el estanque de la noche, creando ondas que convergieron en un mismo punto: la llegada de Soen y su Memorial Tour.
Las luces aún titilaban sobre un Coliseo a medio llenar cuando Matraz, la banda chilena de rock progresivo, tomó el escenario. Sin embargo, desde los primeros acordes de “Gritaré”, la banda demostró por qué es una de las joyas ocultas de la escena latinoamericana. Su ejecución precisa, con una elegancia técnica propia de su género, fue una invitación a perderse en paisajes sonoros complejos y emotivos. El comienzo introspectivo llegó junto a “Redención”, donde los cambios de tiempo y las melodías evocadoras dieron pinceladas de nostalgia a un recinto que todavía parecía adormilado. “Trazma” trajo consigo un juego instrumental que se sintió como un rompecabezas de virtuosismo, mientras que “Amanecer” cerró su set con una fuerza inesperada, dejando en claro que, aunque no todos en la sala comprendieran la magnitud de lo que habían presenciado, Matraz había ofrecido un espectáculo a la altura de su legado.
Después, bajo un juego de luces infernales y un delay que se extendía en la acústica aún vacía del recinto, In Element tomó el relevo. La banda argentina de metal extremo llegó con intenciones claras: demostrar su fiereza y dejar su marca en la noche. Pero el desafío no era menor. La falta de asistentes en la parte inicial del show jugó poco en contra, y el sonido—especialmente en la voz—se sintió rígido, atrapado en un espacio aún sin la resonancia orgánica de un teatro repleto. A pesar de ello, sus canciones irrumpieron con una energía arrolladora y fueron un despliegue de brutalidad medida, con riffs afilados y una base rítmica que retumbó en las paredes del Coliseo. La sensación era clara: la banda luchaba contra un ambiente que no le hacía justicia, pero su entrega era innegable. Los momentos más interesantes vinieron con el dialogo con el publico, en donde los músicos trasandinos cerraron un set poderoso, a veces atrapado en la frialdad del sonido inicial del público
Matraz e In Element fueron dos actos que merecieron una audiencia más atenta y un sonido más favorable. Aun así, dejaron su marca en la noche, preparando el terreno para el clímax que vendría con Soen. Para quienes llegaron temprano y prestaron atención, estos sets fueron más que una simple apertura: fueron una demostración de que Latinoamérica tiene el talento y la pasión para compartir escenario con los grandes del mundo.
Llegaba el turno del esperado e impecable show de Baroness quienes traían la poderosa misión de anteceder al show principal. Los de Savannah, Georgia, salieron al escenario envueltos en una mística brumosa, y desde el primer acorde de “Last Word” dejaron claro que no estaban allí simplemente para calentar motores, sino para ofrecer un espectáculo digno de un estelar. La conexión de Baroness con el público chileno fue inmediata; elarranque con ese tema, parte de su más reciente álbum, encendió la sala y dio paso a un recorrido sólido y emocional por su discografía. Sin pausas innecesarias, continuaron con “Wheel” y “Horse,” temas que llevaron al Teatro Coliseo a un trance de riffs envolventes y secciones instrumentales cargadas de intensidad. “March to the Sea” fue coreada por buena parte de los asistentes, demostrando que Baroness tiene una base fiel en Chile, algo que quedó aún más claro con la respuesta efusiva a “Shock Me.”

El momento cúlmine llegó con la emotiva y poderosa secuencia “Wake Up/Fugue,” donde el virtuosismo de John Baizley y Gina Gleason brilló con luz propia, creando un mar de emociones entre los presentes. Para la parte final, la banda optó por un tridente demoledor compuesto por “Swollen and Halo,” “Seasons” y la siempre sobrecogedora “Isak,” dejando a todos en un estado de catarsis sonora. El cierre con “Bones” fue el golpe final: un himno pesado y melódico que los despidió entre aplausos y vítores, consolidándolos no solo como una banda soporte, sino como un acto que fácilmente podría haberse llevado la noche. Fue una presentación donde la sensibilidad artística de la agrupación y su impetuosidad convergieron de manera perfecta, dejando la mesa servida para que Soen tomara el relevo en una jornada absolutamente colosal para el público chileno.
Este 28 de febrero del 2025 pasa a la historia marcado como el día en que Santiago se vistió de introspección y potencia, en un recinto donde la acústica juega a favor de quienes saben moldear el sonido como una escultura de emociones. Soen, la banda sueca de metal progresivo quienes llegaron a nuestras tierras junto a su Memorial Tour, demostraron una vez más su maestría para transformar la música en un ritual de profunda conexión con su audiencia. La noche se inauguró con una atmósfera densa y evocadora, tejida al compás de la voz de Michael Sheen, cuya interpretación del célebre poema de Dylan Thomas, “Do not go gentle into that good night”, erigió un portal hacia lo desconocido. La introducción instrumental emergió como un umbral, un tránsito inevitable hacia la profundidad emocional de Soen. Y cuando los primeros acordes de “Sincere” rompieron el silencio, la audiencia fue arrastrada sin resistencia, envuelta en una marea de intensidad y emotividad. Sobre ese oleaje de sonido, la voz de Joel Ekelöf flotó etérea, poderosa e hipnótica en su precisión, como un faro guiando a cada alma presente en el teatro a través de un viaje sin retorno.

Comenzaba entonces, “Martyrs”, junto a su introducción de bajo como presagio de una descarga de energía contenida. Los golpes de batería de Martin López se sintieron como latidos profundos en el pecho de los asistentes, marcando la cadencia de un himno desgarrador. Pero si hubo un momento donde la atmósfera del Teatro Coliseo se cargó de una tensión casi espiritual, fue con “Savia”. Su intro bélica, acompañada de un juego de luces frías y sombras alargadas, preparó el escenario para una pieza donde la angustia y la liberación se encontraron en un balance perfecto.
El recorrido continuó con “Memorial” y “Lascivious”, esta última precedida por un intro de Lars Åhlund que le otorgó un aire cinematográfico. Las guitarras de Cody Ford tejieron una red de melodías hipnóticas mientras la base rítmica de López y Stefan Stenberg en el bajo le dieron a cada tema un peso inconfundible. Para cuando llegó “Unbreakable”, la banda ya tenía a la audiencia en la palma de su mano. Era un clamor de resistencia, un canto a la fortaleza emocional, y la interpretación en vivo lo llevó a una dimensión aún más visceral. “Deceiver”, con su ritmo inquietante y su progresión envolvente, dio paso a un momento de intimidad con “Paragon”. Esta canción, una de las más emotivas del set, se sintió como una confesión a corazón abierto, y el silencio reverencial del público hablaba por sí solo.

El tramo final de la primera parte del concierto trajo consigo a “Lumerian”, una explosión de energía controlada, junto a “Illusion”, una pieza que se sintió como un lamento hermoso, con un Ekelöf que pareció vaciar todo su elixir vital en el escenario. Luego de una breve pausa, Soen volvió con “Modesty”, una elección perfecta para retomar el viaje con una mezcla de melancolía y determinación. “Lotus” fue, sin duda, uno de los momentos más memorables de la noche. Los asistentes, algunos con ojos cerrados y otros con lágrimas visibles, se dejaron llevar por la espiritualidad de la interpretación. Posteriormente laa intensidad aumentó con “Words”, un tema que resonó con fuerza en cada rincón del teatro. Pero no fue entonces hasta el turno de “Antagonist” que el aire se volvió casi eléctrico, mientras que la batería de López tronó con una precisión feroz, y la banda alcanzó uno de sus picos de inmensidad más altos. Finalmente, la noche cerró con “Violence”, una despedida que encapsuló la esencia de Soen en un todo que reflejaba la belleza y brutalidad en equilibrio perfecto, como una batalla constante entre la desgarradora melancolía y la redención.
Cuando las últimas notas se desvanecieron y las luces iluminaron el Teatro Coliseo, el aire no solo vibraba con la satisfacción del final, sino con la certeza de haber sido parte de algo transformador. Soen no ofreció simplemente un concierto; entregó una experiencia que removió las entrañas, desenterró emociones y dejó cicatrices en el alma de quienes fueron testigos de su grandeza. Sin duda, esta ha sido una de sus presentaciones más memorables en nuestro país. Fue una noche de comunión absoluta entre músicos y audiencia, donde la música no solo se escuchó, sino que se sintió, se vivió y permaneció, resonando en lo más profundo mucho después de que el último acorde se extinguiera en el espacio.
Lamentablemente no tuvimos como medio acreditación de gráfico, por lo que no contamos con galería fotográfica, las fotos (calidad de celular) en esta reseña son propiedad personal de la autora del review.
