Nota: @litta_ | Fotos: @sebastiandominguez.photo
El 13 de marzo de 2025, Santiago se convirtió en el epicentro de una ceremonia oscura y catártica. La luna, en su danza con la sombra de la Tierra, anunciaba el eclipse de sangre, y en el Teatro Coliseo, el aquelarre gótico ya estaba en marcha. Lacuna Coil, con su mística intacta y su sonido más afilado que nunca, regresó a Chile para un reencuentro con su legión de fieles.
La velada inició con la potente presencia de Kiepja, el trío femenino chileno que, con su Rock Metal Mantra, preparó el terreno con una atmósfera mística y ancestral. Sus cánticos y ritmos tribales resonaron como un eco de antiguas ceremonias, conectando al público con la tierra a través de lo ritual. Si bien es cierto no estaba colmado el teatro al momento de la presentación, la teatralidad de estas músicas en su performance colma energéticamente todos los espacios, sin desaprovechar ningún elemento de los que parece convocar, cuál magia de nuestros antiguos conjuros. Esta no era la primera vez que esta agrupación estaba encargada de abrir el show de una banda internacional de gran envergadura y eso se notó en la forma que dominaron su show.
Con la audiencia ya inmersa en un trance colectivo, las luces se atenuaron aún más, y una niebla densa cubrió el escenario. Desde el primer acorde de “Layers of Time”, quedó claro que esta noche no sería una más en la historia de la banda. Cristina Scabbia y Andrea Ferro, cual sacerdotes de un culto oscuro, guiaron a los asistentes a través de un viaje sonoro que osciló entre lo melódico y lo brutal, una dualidad que llevan impregnada incluso en la forma de interpretar y erguirse sobre los escenarios, pues son una de estas bandas que han cruzado milenios, sobrevivido pandemias, sosteniendo sonoridades pasadas a través de la tempestad de lo moderno y teniendo un exitoso viaje transversal en las vidas de sus ‘Coilers’. El setlist fue una travesía por su evolución musical, cada pasaje interpretado fue un regocijo dirigido al alma de sus seguidores. “Reckless” y “Hosting the Shadow” marcaron el inicio de una travesía vertiginosa donde cada canción era un portal hacia emociones profundas.
“Tight Rope” y “Kill the Light” extendieron un puente entre el pasado y el presente, mientras que “Our Truth” desató la euforia colectiva. El Teatro Coliseo se convirtió en un torbellino de emociones cuando “Trip the Darkness” y “Apocalypse” hicieron vibrar cada rincón del recinto, marcando el punto de inflexión del show. La intensidad se mantuvo en “Now or Never”, una canción que encendió las almas con su fuerza inquebrantable. Hubo momentos de introspección con “In The Mean Time”, donde el público se dejó llevar por la atmósfera hipnótica del tema, hasta que el inconfundible inicio del cover de “Enjoy the Silence” de Depeche Mode, fue un respiro colosal antes de sumergirnos nuevamente en la intensidad de “Entwined” y “Heaven’s a Lie”, himnos inmortales que hicieron vibrar cada rincón del Coliseo. Pero la calma solo fue momentánea, pues “Blood, Tears, Dust” trajo consigo una descarga visceral de energía. Luego la parte final del set fue un torbellino de emociones: “Oxygen”, “I Wish You Were Dead” y “Veneficium” prepararon el terreno para un encore que cerró la noche con la majestuosidad que merecía. “Never Dawn”y “Gravity” pavimentaron el camino hacia el gran cierre, como un recordatorio de la resiliencia y la fuerza de la comunidad gótica. El clímax de la noche llegó con “Swamped”, una canción que resonó como un himno de aquellos que han crecido con la banda y siguen sintiendo cada palabra como si fuera parte de su propia historia. Finalmente, “Nothing Stands in Our Way” selló el pacto entre Lacuna Coil y su público chileno, recordando a todos que, sin importar las adversidades, la música sigue siendo el refugio donde nada ni nadie puede interponerse en su camino.
Aún que los desafíos técnicos intentaron opacar la noche—acoples inesperados y desajustes sonoros—la banda demostró su profesionalismo y entrega absoluta. Lejos de menguar el espíritu del concierto, estas imperfecciones añadieron una capa de crudeza y autenticidad, recordando a todos que, en el caos, también reside la belleza. Con un setlist que fue una mezcla perfecta de lo nuevo y lo clásico. La conexión entre la banda y el público fue palpable, casi tangible. Miradas cómplices, manos alzadas y voces que se unieron en un coro unísono crearon una sinergia única. Cristina, en múltiples ocasiones, expresó su gratitud y asombro por la pasión desbordante de los chilenos, reafirmando el vínculo especial que existe desde sus primeras visitas al país.
Si algo quedó claro es que Lacuna Coil y su público chileno comparten un lazo indestructible. Las miradas cómplices de Cristina, la energía imparable de Andrea y la entrega absoluta de cada asistente hicieron de esta velada un verdadero ritual de comunión, ver la capacidad de como fandom fiel al compromiso del espectáculo los globos, negro y rojos, los cantos y gritos apasionados, sirvieron como un componente perfecto y fundamental… Afuera, la luna en vísperas de su eclipse rojo, marcaba el fin de una jornada mágica. Dentro del Teatro Coliseo, en donde las almas aún vibraban con la energía de un concierto que no fue solo un espectáculo, sino un solemne acto de fe en la música, en la oscuridad y en la belleza que habita en ella.
